Narradores:Carlos Enrique Saldivar ,Sonia Saavedra,Liliana Trovato,Mario Capasso ,Mario Cesar Lamique
Carlos Enrique Saldivar
¿De Dónde vienen los
bebés?
—Profe, tengo una consulta —dijo Teresa.
—¿Cuál? —preguntó el docente Rodríguez.
—¿De dónde vienen los bebés?
—¿Tus padres no te han contado?
—No, nunca.
—¿Cómo es posible que no hayan conversado contigo sobre eso?
—Es que ellos dicen que para eso estoy en el colegio, para aprender.
—Mira… bueno, es tiempo de que lo sepas. Toma asiento y escucha con atención. El procedimiento para hacer un bebé es el siguiente: un hombre y una mujer por mutuo acuerdo buscan un ambiente íntimo donde puedan estar solos y cómodos, se quitan la ropa, comienzan a besarse, a tocarse el cuerpo… y todo eso. El miembro viril del varón se torna grande y duro, acto seguido lo introduce en la cavidad genital de su pareja; el hombre se mueve rítmicamente sobre su consorte, quien hace lo propio, hasta que él, en cierto momento, expulsa una sustancia que contiene células haploides llamadas espermatozoides, estos fecundan la célula sexual de la mujer cuyo nombre es óvulo; el nene se formará adentro de ella, en una zona denominada útero. Al cabo de unos nueve meses, el bebé nace.
—Suena tan sencillo, profe.
—En cierta forma lo es.
—Sabía que lo me había dicho Andrea era mentira.
—¿Qué te había dicho Andrea?
—Que los bebés son un pequeño huevo que los hombres depositan en las mujeres por medio de los besos. —El profesor se rió, nervioso. Enseguida le dijo:
—No me digas que te besaron, Teresa.
—Sí, Arturo lo hizo ayer.
—¿En la escuela o en la calle?
—En la calle, por supuesto, profe. Fue un beso chiquito, nada más.
—No vuelvas a hacerlo. Una muchacha educada como tú debe saber comportarse.
—No se repetirá, lo prometo, profe.
—Muy bien. Eres una buena chica. Ahora márchate a casa.
La chica salió del aula. El docente se sentó a su escritorio, lucía nervioso.
A los cuatro meses, Teresa estaba encinta.
Ella juraba que Arturo solo la había besado, que nunca había hecho lo que el maestro le había dicho. Según los doctores, la jovencita de trece años era virgen. Era imposible que hubiese quedado embarazada. Sus padres reaccionaron muy mal, sobre todo cuando esta no quiso confesar quién era el padre.
No tenía por qué saberlo. Nunca había hecho el amor con nadie.
Muy enojado, el profesor Rodríguez organizó una reunión secreta con cinco alumnos, entre ellos Andrea y Arturo. Primero se dirigió a la muchacha:
—¿Cómo es posible que le hayas develado a esa chiquilla cómo venían los bebés? No vuelvas a contarlo nunca. ¡Nunca! —Andrea bajó la cabeza y no respondió.
De inmediato, el maestro se volvió hacia Arturo. Le increpó:
—¿Cómo pudiste besar a esa niña? ¡Sabías muy bien lo que pasaría!
—Padre, te juro que fue ella quién me besó sin que me diera cuenta.
—¿Te parezco un idiota? Para que el huevo salga de tu boca, tú debes experimentar algún tipo de deseo. Eso todos nosotros lo sabemos.
—Tienes razón, Padre, me rendí ante su naciente belleza, no pude contenerme.
—La has fecundado, maldito tonto. Pero aún se puede solucionar. Ese bebé no puede nacer. Todos ustedes me van a ayudar.
—¿Qué harás, Padre? —dijo Andrea.
—Tengo un plan. Ustedes nada más cumplan con su papel, sigan fingiendo, no revelen nunca más nuestros secretos a nadie. Y no vuelvan a cometer torpezas en el futuro. Esto va para todos, para los que me han fallado y para aquellos que no lo han hecho. Vayan a clase, hijos míos. Seguiremos hablando después.
—Hasta pronto, Padre.
El que se hacía llamar «Rodríguez» permaneció en el aula vacía, pensando. No se hallaba demasiado preocupado. Si alguno de sus hijos hablase más de lo debido, no sería creído por nadie. Los seres humanos eran demasiado racionales, demasiado previsibles. Solo esperaba que ninguno de sus vástagos besara a alguna persona de momento. Cuando llegaron a este planeta hacía unos años, supo que sería difícil mantenerse casto, sobre todo con una especie como la humana que únicamente pensaba en procrear. Qué método tan horrible para traer a la vida nuevas criaturas. Los tsumenianos no necesitaban hacer eso para reproducirse. Bastaba con un simple ósculo, breve e intenso. Por desgracia, se hallaban en un nuevo mundo, habían adoptado apariencia humana y con ello su organismo se había modificado de modo radical. Se habían mezclado con habilidad: habían entrado a familias diferentes, habían aprendido el idioma y las costumbres, y se las habían arreglado para estar cerca unos de otros, para ayudarse mutuamente. Su meta era reproducirse entre ellos con el tiempo, cuando madurasen más, y así formar un pueblo con reglas propias. Pero estaban en un nuevo lugar y primero debían completar el proceso de adaptación.
¿Cómo vienen los bebés? De una forma hermosa, delicada, sencilla, pensó Rodríguez. Así deberían venir todos los nenes de la Tierra. Cuando pongamos en marcha nuestro proyecto, cuando derramemos nuestra semilla, todos los bebés de este planeta llegarán con un ligero beso. Aún no es tiempo de develar nuestra estratagema. Hay que ser pacientes. Pero será pronto. Muy pronto. Contagiaremos a la humanidad y esta aprenderá que las buenas costumbres se adquieren, o por fuerza o por convencimiento, y que las buenas actitudes son imprescindibles para que a este globo no le ocurra lo que pasó con Tsumenia, cuando hace algunos años luz, uno de los nuestros lo arruinó todo, porque trasgredió la ley, porque cedió ante su locura. Porque consiguió ir más allá de un simple beso.
—¿Cuál? —preguntó el docente Rodríguez.
—¿De dónde vienen los bebés?
—¿Tus padres no te han contado?
—No, nunca.
—¿Cómo es posible que no hayan conversado contigo sobre eso?
—Es que ellos dicen que para eso estoy en el colegio, para aprender.
—Mira… bueno, es tiempo de que lo sepas. Toma asiento y escucha con atención. El procedimiento para hacer un bebé es el siguiente: un hombre y una mujer por mutuo acuerdo buscan un ambiente íntimo donde puedan estar solos y cómodos, se quitan la ropa, comienzan a besarse, a tocarse el cuerpo… y todo eso. El miembro viril del varón se torna grande y duro, acto seguido lo introduce en la cavidad genital de su pareja; el hombre se mueve rítmicamente sobre su consorte, quien hace lo propio, hasta que él, en cierto momento, expulsa una sustancia que contiene células haploides llamadas espermatozoides, estos fecundan la célula sexual de la mujer cuyo nombre es óvulo; el nene se formará adentro de ella, en una zona denominada útero. Al cabo de unos nueve meses, el bebé nace.
—Suena tan sencillo, profe.
—En cierta forma lo es.
—Sabía que lo me había dicho Andrea era mentira.
—¿Qué te había dicho Andrea?
—Que los bebés son un pequeño huevo que los hombres depositan en las mujeres por medio de los besos. —El profesor se rió, nervioso. Enseguida le dijo:
—No me digas que te besaron, Teresa.
—Sí, Arturo lo hizo ayer.
—¿En la escuela o en la calle?
—En la calle, por supuesto, profe. Fue un beso chiquito, nada más.
—No vuelvas a hacerlo. Una muchacha educada como tú debe saber comportarse.
—No se repetirá, lo prometo, profe.
—Muy bien. Eres una buena chica. Ahora márchate a casa.
La chica salió del aula. El docente se sentó a su escritorio, lucía nervioso.
A los cuatro meses, Teresa estaba encinta.
Ella juraba que Arturo solo la había besado, que nunca había hecho lo que el maestro le había dicho. Según los doctores, la jovencita de trece años era virgen. Era imposible que hubiese quedado embarazada. Sus padres reaccionaron muy mal, sobre todo cuando esta no quiso confesar quién era el padre.
No tenía por qué saberlo. Nunca había hecho el amor con nadie.
Muy enojado, el profesor Rodríguez organizó una reunión secreta con cinco alumnos, entre ellos Andrea y Arturo. Primero se dirigió a la muchacha:
—¿Cómo es posible que le hayas develado a esa chiquilla cómo venían los bebés? No vuelvas a contarlo nunca. ¡Nunca! —Andrea bajó la cabeza y no respondió.
De inmediato, el maestro se volvió hacia Arturo. Le increpó:
—¿Cómo pudiste besar a esa niña? ¡Sabías muy bien lo que pasaría!
—Padre, te juro que fue ella quién me besó sin que me diera cuenta.
—¿Te parezco un idiota? Para que el huevo salga de tu boca, tú debes experimentar algún tipo de deseo. Eso todos nosotros lo sabemos.
—Tienes razón, Padre, me rendí ante su naciente belleza, no pude contenerme.
—La has fecundado, maldito tonto. Pero aún se puede solucionar. Ese bebé no puede nacer. Todos ustedes me van a ayudar.
—¿Qué harás, Padre? —dijo Andrea.
—Tengo un plan. Ustedes nada más cumplan con su papel, sigan fingiendo, no revelen nunca más nuestros secretos a nadie. Y no vuelvan a cometer torpezas en el futuro. Esto va para todos, para los que me han fallado y para aquellos que no lo han hecho. Vayan a clase, hijos míos. Seguiremos hablando después.
—Hasta pronto, Padre.
El que se hacía llamar «Rodríguez» permaneció en el aula vacía, pensando. No se hallaba demasiado preocupado. Si alguno de sus hijos hablase más de lo debido, no sería creído por nadie. Los seres humanos eran demasiado racionales, demasiado previsibles. Solo esperaba que ninguno de sus vástagos besara a alguna persona de momento. Cuando llegaron a este planeta hacía unos años, supo que sería difícil mantenerse casto, sobre todo con una especie como la humana que únicamente pensaba en procrear. Qué método tan horrible para traer a la vida nuevas criaturas. Los tsumenianos no necesitaban hacer eso para reproducirse. Bastaba con un simple ósculo, breve e intenso. Por desgracia, se hallaban en un nuevo mundo, habían adoptado apariencia humana y con ello su organismo se había modificado de modo radical. Se habían mezclado con habilidad: habían entrado a familias diferentes, habían aprendido el idioma y las costumbres, y se las habían arreglado para estar cerca unos de otros, para ayudarse mutuamente. Su meta era reproducirse entre ellos con el tiempo, cuando madurasen más, y así formar un pueblo con reglas propias. Pero estaban en un nuevo lugar y primero debían completar el proceso de adaptación.
¿Cómo vienen los bebés? De una forma hermosa, delicada, sencilla, pensó Rodríguez. Así deberían venir todos los nenes de la Tierra. Cuando pongamos en marcha nuestro proyecto, cuando derramemos nuestra semilla, todos los bebés de este planeta llegarán con un ligero beso. Aún no es tiempo de develar nuestra estratagema. Hay que ser pacientes. Pero será pronto. Muy pronto. Contagiaremos a la humanidad y esta aprenderá que las buenas costumbres se adquieren, o por fuerza o por convencimiento, y que las buenas actitudes son imprescindibles para que a este globo no le ocurra lo que pasó con Tsumenia, cuando hace algunos años luz, uno de los nuestros lo arruinó todo, porque trasgredió la ley, porque cedió ante su locura. Porque consiguió ir más allá de un simple beso.
Mario Capasso
DOSCIENTOS
Esta mañana, como todas las mañanas, acompañado por la radio portátil
salí al patio de mi casa a mirar el cielo y lo que observé de entrada,
mientras asomaban los primeros nubarrones, fue el aljibe ubicado justo en el
centro. Cómo había llegado hasta ahí. Quién o quiénes lo habían traído.
Con qué finalidad. También me pregunté, una vez superada la etapa del
desconcierto, cómo yo no había detectado nada durante la noche que pasé sin
dormir o durmiendo de a ratos, no sé, movimientos raros que me alertaran o algo
así, me dije. En fin. Sin encontrar respuestas a estos interrogantes, una vez
vestido adecuadamente, salí a la calle. Al tiempo que advertía un movimiento
de personas mayor al habitual, después de viajar como sardina en el subte,
caminé hasta mi trabajo, que representa un aburrimiento total en el que las
horas parecen no transcurrir. Hablo de un puesto administrativo en el Cabildo de
Buenos Aires, donde también está por pasar algo que me quita el sueño, y según
algunos rumores se trata de un asunto bastante groso que, al parecer, involucra
al virrey y al pueblo, pero de esto hará cosa de doscientos años, poco más
tal vez.Mario Lamique
Trilogía del Dinosaurio que aun estaba ahí cuando el hombre
despertó
1
Sin ofender a los Dinosaurios presentes
Cuando despertó. Su futura ex, aun estaba a su lado.
2
DESPERTAR
Cuando despertó;luego de una larga,larga siesta; los Dinosaurios ya se
habían extinguido
3Refutación a Monterroso
Los ronquidos del escritor despertaron al Dinosaurio y en un acto que tuvo mas de impulso que de venganza o intento de reparación, fue comido de un solo bocado por el Triceratop que se preparaba para comenzar un nuevo día .De ahí que sin ánimo de desilusionar a nadie, debemos decir que el Dinosaurio por razones de tiempo no permaneció ahí y que en realidad,el escritor nunca pudo despertar.
Liliana
Trovato
PERSEGUIDO
Aunque parezca
extraño me siento perseguido.
Me levanto a las
seis de la mañana, apago el despertador que suena puntualmente y me quedo
remoloneando en la cama un rato más, respiro profundamente, inhalo,
exhalo y así me relajo para
comenzar la jornada.
Después de
bañarme doy vueltas por la cocina, estoy indeciso si me afeito o me
dejo la barba incipiente, si
tomo café o mate y dudo que traje ponerme. Pasan los minutos,
reconozco que soy vueltero,
presiento que alguien me observa.
Vivo solo, mi
departamento es interno, nadie puede verme por la ventana que levanto
apenas para que entre
el sol.
Preparado para
salir, me miro al espejo, me doy el ok y tomo el ascensor.
Llego a la
planta baja, saludo al portero que lo único que hace es lustrar el
bronce de la cerradura de la
puerta, el portero eléctrico y barrer la vereda. Soy uno más de los
que le pagan
el sueldo por
hacer esas boludeces, el tipo gana el doble que yo.
Me encamino hacia
el trabajo y como en casa comienzo a presentir que alguien me sigue.
Me transformo de
a poco en una persona nerviosa, molesta, transpiran mis manos, me
aflojo la corbata…
Escucho su
caminar, su respiración .Ya no soy el hombre tranquilo que salió
calmo para cumplir un día
más de trabajo.
Entrando en la
empresa me voy aflojando tratando de alejar las tensiones turbadoras
de lado.
Voy a mi
escritorio, me siento y recurrentemente presiento sus movimientos que
no se despegan de mí.
Pienso-¿qué
es?-una alucinación, delirio o locura. No, nada de eso, yo soy
normal. ¿Qué me ocurre?¿Por qué
ésta sensación obsesiva?
Transcurre el día
me concentro en el laburo, mi mente está compenetrada en el balance,
me atrapan los
números y despejo toda amenaza de pánico de mi cabeza. No hay
fantasmas.
Comienza a
oscurecer de a poco, dándome el tiempo de regresar a mi hogar antes
que anochezca.
Camino hacia el
subte, me envuelve el temor recurrente, me paralizo, se dificulta mi respiración, doy
un paso en falso y tropiezo con una baldosa rota de las tantas que
tienen las
veredas de Buenos
Aires. Caigo de rodillas, casi a mi lado en la misma posición, pero
un poco
más alejada,
desplazada, allí estaba ella, la descubrí, era mi sombra.

Sonia Saavedra
Vudú
El
viaje soñado por fin era una realidad, había volado miles de km
para cumplir el sueño de conocer África. Aterrizaron en Kenia, les
dieron la bienvenida y los llevaron al hotel para que descansaran.
Al
día siguiente se levantaron temprano y salieron a dar una recorrida
por el centro de la ciudad. Visitaron un museo y el mercado antes
de iniciar el safari.
El
mercado se encontraba en las afueras de la ciudad, en medio de
barrios populosos y envuelto en una vegetación lujuriosa. Las
callejuelas sin pavimento, estaban atiborradas de gente, vehículos,
motos autobuses destartalados, carretones tirados a mano y cualquier
cosa imposible de calificar que pudiera transportar algo.
Encontrabas
allí desde cuernos de rinoceronte hasta peces dorados del Nilo. El
mercado presentaba una muestra de la variedad de razas y culturas
africanas. Esbeltos jinetes en sus caballos engalanados, musulmanes
con elaborados turbantes, mujeres de ojos ardientes, con dibujos
azules tatuados en sus rostros, pastores desnudos decorados con barro
rojo y tiza blanca.
Niños
descalzos en medio de jaurías de perros, mujeres, algunas con
vistosos pañuelos almidonados en la cabeza. Otras con el cráneo
afeitado, y collares de cuenta desde la barbilla, llenaban el aire,
con incesante parloteo en varias lenguas, música, risas, bocinazos,
lamentos de animales que mataban allí mismo.
La
sangre chorreaba de la mesas de los carniceros, y desaparecía en el
polvo del suelo. Este era el tiempo y espacio en que todo sucedía.
Huyendo
de toda esta carnicería, me adentre en el sector dedicado a la
brujería. Había magia blanca y magia negra. Adivinas, fetichistas,
curanderos,, envenenadores, exorcistas, sacerdotes de vudú, bajo
toldos sujetos por cuatro palos Recorrí las callejuelas viendo que
ofrecían. Amuletos contra el mal de ojo y el mal de amores, hierbas,
lociones, bálsamos, polvos de soñar, de olvidar, de resucitar,
collares contra la envidia y la codicia.
Tinta
sangre para escribir a los muertos y en fin un arsenal inmenso de
objetos fantásticos, para paliar el miedo a vivir.
Me
detuve ante un puesto diferente, con un techo cónico de paja. Unas
manos poderosas me agarraron de la ropa y me jalaron hacia el
interior. Una mujer enorme estaba sentada bajo la techumbre .Era una
montaña enorme de carne, coronada de un gran pañuelo turquesa en la
cabeza.
Vestía
de amarillo y azul, con el enorme pecho cubierto de collares
multicolores.
Se
presentó como mensajera entre el mundo de los espíritus y el mundo
material, adivina y sacerdotisa vudú.
En
el suelo había una tela pintada en blanco y negro, a todo esto yo
estaba alucinada y aun poco aterrada de la situación. La mujer
fumaba unas hojas negras enrolladas como un cilindro, cuyo humo
espeso me hizo lagrimar.
Me
miro fijo con sus ojos protuberantes, al tiempo que lanzaba un rugido
profundo, que me hizo pensar en una pantera negra.
Empezó
a jugar con unas conchas blancas pulidas por el uso, mascullo algo y
pregunto_ ¿Vienes de lejos, que quieres de Ma?
Me encogí de hombros
temerosa, ella cerró los ojos y empezó a balancearse hacia adelante
y hacia atrás, mientras el sudor le corría por la cara y el
cuello, el calor era insoportable.
Ma
emitió un sonido gutural, que surgió de su vientre, un ronco y
largo lamento, que subió de tono hasta estremecer el suelo, como si
proviniera del fondo mismo de la tierra.
El
aire del minúsculo recinto se hizo irrespirable. Me sacudió una
vibración de tambores, oí aullar perros, se me llenó la boca de
saliva amarga y antes mis ojos incrédulos, la inmensa mujer se
redujo a la nada, como un globo que se desinflo y en su lugar emergió
un fabuloso pájaro, de esplendido plumaje amarillo y azul, con una
cresta color turquesa, un ave del paraíso que desplego el arco iris
de sus alas y me envolvió elevándome con ella. Me vi lanzada al
espacio como un trazo de tinta negra perdida en un calidoscopio de
colores brillantes y formas ondulantes, que cambiaban a una velocidad
aterradora. Me convertí en luces de bengala y me deshice en
chispas, perdiendo la noción de estar viva, el tiempo y el miedo.
Entonces
en el instante final, una vos me trajo de vuelta al mundo conocido y
me encontré sentada en la misma postura en que había iniciado el
viaje alucinante, en el mercado africano, bajo el techo de paja,
frente a la enorme mujer vestida de amarillo y azul.
Me
levante y me perdí en la muchedumbre, de la mano de mis compañeros
de viaje, que ya me creían perdida.
Del
viaje soñado, solo este incidente asombroso quedo en mi memoria….
Un claro ejemplo del más simple vudú.
Feliz de que me incluyas!!!!!
ResponderEliminarGracias!!!!!!